15 euros por kilo

Mi afición a los aviones viene desde que era un crío. Lejos de ser uno de esos hijos de papá que tanto abundan hoy en día y que poco a poco se cargan la profesión (en Turquía, España y allá donde vayas), yo empecé a aficionarme a esto cuando probé por primera vez un simulador de vuelo en el ordenador (la tercera versión del Flight Simulator de Microsoft) con seis años. Poco después de aquello se produciría mi primer contacto real con la aviación y con todo lo que ésta conlleva. Después de suspender algún que otro examen del cole por pasar las tardes aprendiendo algo de navegación instrumental con el método de ensayo-error, entre Meigs y O’Hare, lo vital de mis primeros vuelos no era la oportunidad de volar en sí, sino ir más allá y preguntar a los pilotos el porqué de cada instrumento, poder disfrutar de alguna turbulencia más fuerte de lo normal, reír a carcajadas cuando al padre de una compañera del cole, piloto de B727, se le olvida recoger y saca 20 mascarillas de oxígeno (mis primeras escenas de pánico a bordo de un avión) y, por supuesto, poder gozar de esas interminables escalas en la que me daba tiempo a ver cómo aterrizaban los aviones de medio mundo en frente de mis narices.

Bastante curioso. Hoy, con unos años más, tienes que pasar por la mala cara del comandante para poder hacerte una aproximación manual, la cabina del A320 te parece anticuada (no tanto como la del B737, pero casi), evitas todas las turbulencias que puedes (y cuando no lo haces y te metes ligeramente en una zona roja amarilla por error, tienes que soportar (mientras que el comandante te pregunta, jocosamente, si oyes algo) que dos jovencitas vayan gritando, como si las apuñalasen, desde la mitad del descenso hasta 2000 pies), las tomas duras te las comes tú (como para que sus pilotos revienten ruedas y saquen mascarillas están los jefes de operaciones hoy en día) y, por supuesto, las escalas largas, yendo como piloto, en posición, de pasajero o de terrorista, joden como casi ninguna otra cosa en este mundo.

Como piloto, pocas veces te preocupas por quiénes son tus pasajeros en el vuelo de hoy (y si no lo haces tú, lo que hace tu compañía con ellos no tendrá ni nombre), sino que más bien son payload, que en ocasiones se queja por la temperatura de la cabina (aunque empiezo a sospechar que la mitad de las veces nos la juegan las azafatas) y punto. Algunas veces, paseando por pequeñas ciudades como Antalya, llegas a reconocer (o a creer que reconoces) a algún chaval que ayer te hacía burlas desde el finger después de desembarcar (nadie se atreve nunca a hacerlo durante el embarque porque sabe que te chivas al comandante y que algunos son tan paranoicos como para llamar a seguridad y acusarle de atentar contra la seguridad del vuelo). De vez en cuando son ellos los que te reconocen a ti (suele pasar con las viejecitas que invitamos a cabina para que se las ligue el comandante) y les choca aquello de que un piloto no conjunte su bañador, toalla y chanclas con un par de galones. Ignorantes.

Como pasajero, en cambio, no tienes mucha variedad de entretenimiento y siempre sacas un minuto para acordarte de la puta temperatura, del copiloto estúpido que no para de sonreír y hacer burlas mientras embarcas y, por supuesto, del exceso de equipaje que te acaba de cobrar Alitalia (ahora a eso de «la de los aviones feos» tendré que añadirle “y algo que les hace creer que son especiales”).

Claro, tú, acostumbrado a tu vida de piloto, te olvidas del resto de las cosas, no puede ser, pareces estúpido.

Para ti el vuelo de mañana es uno más de tu larga programación a la que tantas casillas en blanco le faltan, pero algunos de tus pasajeros llevan esperando semanas para subir en ese avión. Tú te levantas apenas dos horas y media antes de la hora programada de despegue (eso si no empezamos a apagar el despertador una y otra vez hasta que nos llaman de Operaciones para saber dónde coño estamos), mientras que la mayoría de tus pasajeros ya están de camino al aeropuerto y los más ansiosos incluso facturando (eso de la salida de emergencia tira). Muchas veces pasas cerca de los mostradores de facturación y puedes ver a los más rezagados de tu propio vuelo, aún pesando sus maletas, que te miran con cara de ¿esos pringaos de ahí que nos miran con cara de chulillos serán nuestros pilotos? pues que dejen de mirarme así porque soy un pasajero moderno y no me impresionan sus galones, es más, ¡¡no pienso pedir ir a la cabina!!. Algunas veces no son únicamente unos pocos rezagados los que miran, sino cincuenta o sesenta, que te cambian la cara de chulillo por la de me cago en mi madre, empezamos el día con una hora de retraso.

Ése, aunque no el único trato que tienes con tus pasajeros normalmente (bienvenida, visitas a cabina, aplausos, abucheos), sí lo es con respecto a la vida de pasajero. No piensas en que antes de subirte al avión en Antalya habrá pasajeros en Estambul (los de tu próximo vuelo) haciendo cola ya frente a los arcos de seguridad o, como poco, yendo al aeropuerto. Cuando por fin te vas al aire la mayoría estará facturando y mientras aterrizas los hay que empiezan a agolparse frente a la puerta de embarque. Los de tu tercer vuelo, el de la vuelta desde Alemania, se estarán levantando y habrá algunos nerviosos por los atascos que se forman en Munich a las 8 de la mañana. Entretanto, los que ahora llevas a bordo se estarán gastando entre cien y cuatrocientos euros por un pequeño salto que a ti te parece de lo más simple y, aunque no tendrán que soportar las dos horas típicas de cola que se forman en los controles de pasaporte de Estambul (un piloto español volando en Turquía pasa, afortunadamente, por otra cola en la que sólo te preguntarán si te gusta el Real Madrid y no te dejarán pasar a no ser que digas que sí), quizá haya alguno que aún tenga que pasar por una pérdida de maleta durante un par de días (en ocasiones, aunque pocas, por culpa de pilotos que nos vemos forzados a dejar algunas en tierra con tal de sacar el vuelo en hora o por culpa de algún comandante que se ha pasado calculando el combustible necesario para hacer tankering y que hace que el peso al aterrizaje se nos vaya por las nubes). Desde luego, sea como fuere, no es un tema que suela preocupar en cabina, aunque algunas veces, según con quién, sí lo hace y bastante. En cualquier caso lo normal es que si un pasajero se queda sin su maleta se queda y punto, que se las avíe y reclame, es la triste realidad y lo poco que podemos hacer los que estamos trabajando en el avión (o en sus alrededores) para evitarlo.

Por supuesto no todo es así. Son muchas las visitas a cabina (parece mentira, pero con pilotos enrollados como nosotros se consigue), esperas en el parking por un pasajero que está de compras, más esperas por catorce maletas que no acaban de llegar, ascensos y descensos a 100 ft/min para cuidar de pasajeros con problemas de salud o aproximaciones de miedo para evitar algún que otro infarto de corazón (que ocurren más de lo que parece).

Desde el punto de vista de muchos pasajeros la situación, el desprecio u olvido a los pilotos, son bien parecidas (o distintas, según se mire). Hace poco, en Estambul, por culpa de una tarjeta de plataforma caducada (y una compañía incompetente), tuve que acceder a mi propio avión a través de la puerta de embarque de la terminal. No es que sea algo raro para un piloto, pero se complicaba por el hecho de que, después de 40 minutos discutiendo con un policía de aduanas (al que, si supiese turco, le habría aconsejado que se releyese un poco las normas), era uno de los últimos de la cola (de haberla guardado) para entrar en mi propio avión. El comandante, uno de esos que se hace la revisión exterior en 2 minutos y se toma dos cafés mientras que lee el periódico al tiempo que tú preparas toda la cabina hasta el punto de sólo faltarte tener que abrocharle el cinturón a Su Majestad, no iba a hacer una excepción en esta situación (faltaría más) y la única opción que yo tenía (que no vi para nada exagerada, teniendo en cuenta que era uno de los pilotos) era colarme en la fila del arco de seguridad (en Estambul hay que pasar, al menos, por dos arcos de seguridad antes de montarte en el avión, estando el segundo situado en la puerta de embarque). Yo pensaba que iba a ser algo rápido y, teniendo en cuenta que en la salida de tripulaciones no me lo exigen, no iba a ser necesario pasar por el arco de seguridad esta vez. La de seguridad no entendió que yo fuese el copiloto de ese avión (o sí lo hizo pero se quiso vengar por alguna maleta perdida) y me hizo pasar por el arco como un pasajero más. Saca las llaves, el móvil, ¿el portátil también? vamos no me jodas, así hasta que los pasajeros se revelan y empiezan a gritar, a insultar y a señalarme la última posición de la cola (por mucho que yo intentase explicar lo que ocurría). Muy poco respeto que al final no consiguió llevarme hasta el final, sino que el comandante estuviese a punto de denegar el embarque a dos pasajeros (y yo riéndome). Acabamos despegando con un plan de vuelo cargado para menos de media ruta.

El gran problema llega cuando se te ocurre hacer un viaje sin ir de extra o en posición, sino como pasajero corriente y moliente (algo que todo el mundo considera normal, que es normal, pero que a un piloto le hace echar en falta muchas cosas). Y es que claro, tú sabes como funciona la aviación, sabes mejor que nadie lo que representa un problema y lo que no, pero no puedes discutir con los encargados de la seguridad de los aeropuertos (o de joder cada vez más el transporte aéreo, según se mire).

Así que te compras un billete en cierta compañía mafiosa y te levantas una hora antes que los pilotos para ir al aeropuerto. Sabes que te quedan tres arcos de seguridad hasta llegar al avión y en el primero de ellos ya te están pidiendo que saques el ordenador portátil del maletín, preguntando que si llevas líquidos y haciendo que te descalces. Realmente a uno le entran ganas de decir que es piloto y que se dejen de gilipolleces, pero aparte de no tener ningún efecto quedarás como un idiota y un prepotente. Un par de horas después la azafata de turno te echará la bronca por mandar un sms de última hora aún a quince minutos de que cierren las puertas del avión, pero tampoco podrás decir nada, aunque sepas que los pilotos tienen sus móviles encendidos, en ocasiones, hasta justo antes de despegar. Hoy eres pasajero y te jodes. Además no vuelas ni siquiera en tu compañía, nadie te conoce y decir que eres piloto te convierte en un terrorista en potencia (no hay que ser muy listo para darse cuenta de que un piloto de A320, de ser terrorista, sabría estrellarlo, aunque sí muy tonto para llegar a pensarlo).

Por supuesto, ni hablar de las colas, controles de pasaporte, larguísimas esperas y alguna escala de cuatro horas que sabes que te quedan por delante. Eso nunca lo tienes en cuenta cuando eres piloto; si tienes que esperar unas horas te mandan a un hotel. Parece que vas haciendo memoria y acordándote de lo que eran aquellos viajes con el colegio, vas a tener tiempo para ver cientos de A320 aterrizar (y joder, nadie mete la gamba ni da que hablar).

La mejor parte de todas llega cuando caes en la cuenta de que las maletas, aunque para unos días, van algo cargadas entre regalos, algún libro para dejar en España (¿qué culpa tienes de que tu compañía te dé repetidos los libros de A320 y que cada uno de ellos pese 2 kilos?) y otras diversas tonterías. Vas a hablar con las chicas de facturación y te dicen que lo máximo que admiten son 20 kg en bodega y 5 kg de equipaje de mano, ¡¡5 kilos!! Siempre te reías de esa gente que pesa los equipajes en el aeropuerto y que se pone a cambiar ropa de uno a otro, pero esta vez te toca hacerlo a ti y lo peor es que las cuentas no salen. Siempre está el truco de robar alguna cintilla de equipaje de mano de otro mostrador y decirles que de mano no llevas nada (total, ya contaban con ello en la hoja de carga), aunque esperas que puedan perdonarte los veinte kilos de sobrepeso que lleváis entre dos personas y que te dejen meter ocho o nueve en el equipaje de mano (o al menos que no cuesten mucho), así que dices la verdad.

Pues toma, no te pasan ni un kilo. Se encargan de pesarte todo el equipaje de mano, de que tengas que facturar la maleta de los regalos y de decirte que, a 15 euros por kilo, les debes 300 euros (y en efectivo, por favor).

Como pasajero normal, lo definiría como un robo.

Como alguien que ha trabajado en Barajas durante muchos meses como supervisor de facturación (entre otros), también lo definiría como un robo, aunque añadiría los matices de que ya tiene que ser cabrona la que te factura como para no perdonarte o pasarte un sólo kilo y de que Alitalia (digoooo, esa compañía de la que comentaba que se creían especiales) se gana un dinero de forma bastante fea, como sus aviones, con esto.

Como alguien que ha trabajado en Barajas como ayudante de mantenimiento para Alitalia durante meses, lo definiría como un robo, añadiendo los matices de que vaya favorcito que me devuelven y de que, de haberlo sabido, les iba a haber hecho yo a ellos algún que otro favor como éste.

Como piloto, lo definiría como un robo, sin matices, un robo y punto. Las cosas en mi compañía no son así, aunque podrían haberlo sido (o podría estar volando en Alitalia) y seguiría opinando lo mismo. No es algo que un piloto pueda evitar, ni siquiera es algo que afecte mucho a la performance de un avión (al menos el permitir ocho o nueve kilos de mano en vez de cinco, porque el peso de seis billete de cincuenta euros es prácticamente inapreciable, por si algún mafioso lo argumenta).

Si mi compañía lo hiciese no podría evitarlo (de hecho supongo que habrá otras muchas compañías que lo hacen, aunque a mí, de momento, sólo me ha ocurrido con Alitalia), al igual que no puedo evitar tener que dejar diez maletas tiradas en tierra, pero seguiría pensando que, teniendo en cuenta la performance del avión y las otras muchas cosas que no se tienen en cuenta o ciertas licencias que se le otorgan, por ejemplo, a los extras (por no meterme en donde no me llaman), 15 euros por kilo es algo excesivo.

Después de todo parece ser que pasarlo mal como pasajero acaba dando que pensar. No es que haya dejado de respetar a nadie en algún momento, pero hasta ahora no me había dado cuenta realmente de lo mal que va esto.

Quizá esos 300 euros se los den a los pilotos para que se dejen de tonterías y no bajen a .76 cuando se acercan turbulencias, sino que las disfruten como cuando eran chicos y lleguen antes a su destino.

En cualquier caso mucho me tendrá que comer a mi la oreja alguien de Alitalia (por lo menos algún directivo) para que, si puedo elegir, decida llevarle de extra. Que se joda y pague.

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