Pánico

Hoy toca volar a Madrid. Un vuelo largo (casi 8 horas en total) pero interesante y, además, en compañía de uno de esos comandantes de los que realmente puedes aprender algo; de esos que al escucharles no parece que quieran cambiar todos los procedimientos estándar del avión y de esos que no intentan hacerte comprender que más saben ellos que todos los ingenieros de Toulouse juntos.

Realmente todo parece diseñado para que éste sea un buen día. Después de todo hace bastante tiempo que no pasaba por España y una visita a Madrid, por corta que sea, siempre viene bien. Casi como una tapa de jamón y tortilla de patatas, oir a los controladores hablando en español con los Iberia y Spanair empieza a ser un símbolo más de que estoy en casa.

Así que a eso de las 15:00, después de una solitaria noche de hotel, ahí estamos todos en el aeropuerto echándole un vistazo a la meteo, los notams y el plan de vuelo. Hoy nos toca volar el peor A320 de la compañía… el más antiguo, el que huele a cuadra, el que tiene todos los bordes de los paneles y asientos descascarillados y en el que necesitas más maña para ajustarte la luz de la ventana, la única con la que te puedes alumbrar, que para aterrizarlo. A los motores les quedan dos telediarios y hace unos días que tuvieron que cambiarle las ruedas y revisar los amortiguadores después de alguna toma más dura de lo normal.

Realmente todo dista bastante de ser como uno de esos nuevos A320 que tenemos con el nuevo FMS 2 Pegasus, con la aviónica y sistemas totalmente revisados, directamente importados del A340. Véase un ejemplo, tomado el otro día de camino a Alemania:

Nueva Aviónica Airbus A320

El avión llega con algo de retraso, vienen de Berlin y raro es el día que los polacos no te crean un slot por congestión en alguno de sus sectores. De todos modos les han asignado un parking al que podemos ir andando sin problemas desde la salida de tripulaciones, así que nos ponemos en marcha hasta allí, pasamos el control de pasaportes y luego salimos a la plataforma y damos los dos pasos que nos separan del parking.

De momento no hay ni rastro del avión, aunque el coordinador nos dice que acaba de tomar y vemos cómo empieza a llegar gente de la compañía de handling. Cuando llegue, aún quedará esperar a que todos los pasajeros desembarquen y a que la tripulación termine de recoger sus cosas para poder entrar en cabina y empezar a preparar todo.

A los pocos minutos al fin podemos ver la silueta de la cola del estabilizador vertical de nuestro avión aparecer entre fingers, terminales y otros aviones que se cruzan en su camino. Ruedan bastante rápido y en pocos minutos por fin los tenemos delante nuestra, girando la rueda de morro casi 70º hacia nosotros en un intento por dejar el avión centrado en el parking a la primera. El señalero les guía hasta su posición ayudándose de un compañero suyo que se sitúa exactamente en frente del punto de parada para el A320 pintado en el suelo del parking.

Señal de parada del señalero, frenazo, corren a poner los calzos a la rueda de morro y entonces llega el momento. El comandante pone el parking brake, apaga el motor izquierdo, echa un último vistazo para chequear que el APU está arrancado y entonces apaga el motor derecho. Todo normal. El comandante está apunto de apagar los indicadores de cinturones de los pasajeros, nosotros apenas damos un paso en dirección a la escalera del finger dispuestos a iniciar nuestra jornada de trabajo, pero lo que ninguno nos imaginamos, ni ellos allí arriba ni nosotros aquí abajo, es que algo va mal en el motor izquierdo. Quizá una pequeña fuga de aceite, quizá algo de combustible no quemado que no acierta a salir del motor a través del drenaje; algo, sea lo que sea, se inflama dentro del motor que, aún habiéndose apagado hace unos segundos, sigue girando con fuerza y a unas temperaturas extremas.

En la cabina aún no lo saben. Desde allí no se ven los motores y seguramente no estarán pendientes a la indicación de temperatura del motor (no, al menos, hasta que el avión les avise de que algo va mal). Pero nosotros desde tierra somos los primeros en verlo: una llamarada de varios metros de largo sale con fuerza a través del cono de cola del motor. Todos pegamos un salto hacia atrás y alguien de la compañía de handling corre a buscar un extintor. Quizá los únicos que realmente empezamos a comprender qué demonios ocurre somos mi comandante y yo.

Ojo, eso de mi comandante lo digo porque es el comandante que tengo asignado, no por respeto, formalidad o cualquier otra historia rara.

En este vídeo se ve una situación parecida (parecida entre comillas, pues se trata de un arranque del motor de un Boeing 737 que, al parecer, sufrió lo que se conoce como «arranque caliente»). En cualquier caso creo que sirve para hacernos a la idea de lo que ocurrió, si bien la llamarada que se ve en el vídeo es bastante más grande y espectacular que la que vimos nosotros. En nuestro caso quizá fuese la mitad de esta y decreciendo con el tiempo, en vez de agrandarse.

 

 

Se trata de un Engine Tailpipe Fire (fuego a través de la salida de gases del motor) y es una situación considerada como «anormal» por Airbus, nada que ver, por impresionante que parezca, con una emergencia que pudiese, a priori, poner en peligro la integridad del avión.

Posiblemente para cuando nosotros queremos gritar al comandante y avisarle de lo que está ocurriendo, ellos en cabina ya están recibiendo los avisos del ECAM por la temperatura tan alta, cercana a los límites operativos del motor, que se está alcanzando. Lamentablemente, ellos dos y nosotros dos somos los únicos que de momento estamos al tanto de lo que ocurre.

En esta situación el procedimiento a seguir es claro: hay que echar fuera del motor, cuanto antes, lo que esté causando ese fuego. Hoy afortunadamente no pensaban usar el grupo eléctrico externo (GPU) para suministrar energía al vión y han llegado con el APU arrancado al parking. Bastará con usar el aire de alta presión del sangrado del APU para hacer girar al motor sin inyectar combustible (lo que se conoce como Dry Crank) y dejar que la fuerte corriente de aire acabe echando todos los residuos fuera del motor y que la llamarada se apague sin más consecuencias.

Procedimiento de Engine Tailpipe Fire A320

Ese recuadro de arriba va, efectivamente, por el que salió corriendo a buscar un extintor y que no sabía que había otras formas mejor pensadas para solventar la situación que usar un extintor y arriesgarse a corroer los carísimos álabes del motor.

Pero él, realmente, no es un problema. Aunque consiga encontrar un extintor, el fuego ya se habrá apagado para cuando logre echarle huevos para acercarse al motor. El problema son los pasajeros que están sentados en los asientos del lado izquierdo, por detrás de las alas, que miran con cara de pánico cómo una inmensa llamarada sale de las tripas de su avión.

Apenas han pasado 5 segundos desde que todo empezó y conseguimos mantener la calma mucho mejor de lo que me hubiese podido esperar (bueno, nuestras las azafatas aún corren por la plataforma a buscar un sitio donde esconderse). Sabemos que allí arriba en la cabina están al tanto de la situación y comenzarán con el procedimiento de un momento a otro. Sabemos que nada tiene por qué ir mal y que todo quedará en una simple anécdota.

Pero lo que no sabemos, lo que ignoramos totalmente, es lo que piensan los señores pasajeros. Y esta vez sí que no se les puede culpar. Es imposible que ninguno de ellos tenga una mínima idea, a no ser que sea piloto o mecánico, de lo que está ocurriendo, de que ya se está trabajando para solventarlo y de que no hay por lo que preocuparse. Estoy seguro de que incluso el más acostumbrado de los mecánicos se asustaría bastante de estar a bordo del avión.

En cualquier caso, los pasajeros deciden que hoy no es el mejor día para morir carbonizados a bordo de un avión, y pasan a la acción. Los que lo hacen primero, por supuesto, son los más cercanos al fuego, los del ala izquierda… que nos brindan, por si no hubiésemos tenido suficiente, una sorpresa mucho mayor:

 

 

Vemos cómo, de repente, la rampa de evacuación del ala izquierda empieza a inflarse. Llevados por el pánico han abierto la salida de emergencia del ala y se disponen a salir corriendo del avión. La rampa tarda unos cuatro segundos en inflarse, pero en vez de quedar perfectamente fijada al ala vemos cómo se zarandea y casi sale volando debido a la corriente de aire que sale del motor (al que ya le están haciendo el Dry Crank). La llamarada ha desaparecido, pero el aire, aún muy caliente y a mucha velocidad, pasa demasiado cerca de la rampa. Desde luego los pasajeros no han pensado mucho en las consecuencias de abandonar el avión justamente por el lado del «fuego» y no por el otro, mucho más seguro y con el motor apagado.

Algunos pasajeros salen por la salida de emergencia, aunque ninguno llega a tirarse por la rampa (menos mal). Parece que se han dado cuenta de que no es la mejor idea bajar a tierra y cruzarse en el camino de la corriente de aire que sale del motor.

Entretanto, cada vez se nos hace más obvia la situación que se debe estar viviendo a bordo. La rampa del otro ala se infla también y, esta vez sí, podemos ver a 3 o 4 pasajeros descender por ella. Ellos, desde el otro lado del avión, no han podido ver lo que estaba ocurriendo, pero el hecho de que los del otro lado del pasillo abran una salida de emergencia y escapen es razón de más como para hacer lo propio y saltar.

Seguramente hay otros muchos intentando salir por las puertas «normales» y puedo imaginarme a las azafatas, sin ninguna idea de lo que pasa, dudando entre dejarles salir o no, mientras llaman al comandante como locas para comprobar qué pasa. Seguramente aún no se han recuperado del shock de ver cómo sus pasajeros empiezan a abrir las salidas de emergencia de las alas sin que puedan hacer nada y sin siquiera saber el motivo.

Todo ha sucedido en cuestión de 30 segundos. Los pasajeros que se encuentran en tierra miran hacia arriba para ver cómo nadie más sale del avión; se dan cuenta de que quizá no deberían haberlo hecho. Lo mismo les pasa a los que están sobre el ala izquierda, que vuelven a entrar por donde habían salido.

El comandante abre su ventana y nos grita a los que estamos abajo para pedir que pongamos las escaleras y que puedan bajar los pasajeros. Tiene cara de situación. Sabe lo que ha pasado, que nadie ha tenido culpa de nada y que nadie ha podido evitarlo. Lo mejor de todo es que no tendrá que llamar al jefe de operaciones para contarle, avergonzado, lo que ha pasao. Él es el jefe de operaciones y va a ser objeto de güasa durante las próximas semanas.

Los pasajeros bajan y los bomberos llegan para comprobar que todo, incluído el motor, está en perfectas condiciones. Nosotros subimos a la cabina para oír de primera mano lo que ha sucedido, pero pronto volvemos a bajar porque ahí ha terminado hoy nuestro vuelo a Madrid. Sin aviones disponibles hasta dentro de unas horas y ya con más de una hora de actividad, no somos nosotros los que oirán hoy a los controladores españoles y a los Iberia.

El avión irá a mantenimiento. Aprovecharán para adelantar unas semanas el cambio de motores y tardarán algunos días en volver a instalar las rampas. No volará hasta dentro de un mes.

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