Categoría: Seguridad

Evacuate, Evacuate

Gracias a los grandes avances tecnológicos en materia de seguridad que se han producido y se producen, de manera exponencial en los últimos tiempos, la inmensa mayoría de pilotos cuenta con la gran suerte de sólo verse obligados a luchar contra emergencias muy pocas veces en la vida. Normalmente son sólo dos ocasiones por año las que nuestro avión elige para desmarcarse de la operación normal y mostrarnos en las pantallas del ECAM cualquier tipo de emergencia que, de no llegar a solucionar de manera correcta, podría llegar a acabar con las vidas de muchos pasajeros (y ya que estamos, con las nuestras las primeras, que vamos sentados en primera fila dando la cara como valientes y somos los primeros, algunas veces los únicos, en sufrir las consecuencias de nuestros errores). Afortunadamente, situaciones tan dramáticas sólo las llegamos a experimentar desde la comodidad del asiento de nuestro simulador (al menos normalmente, crucemos los dedos), donde cada seis meses estamos obligados a darnos cita para entrenarnos y examinarnos de vuelo en operación normal, anormal y de emergencia.

Con respecto a la primera, la operación normal, con la que se opera a diario en vuelo, sólo suele hacerse hincapié en procedimientos que así lo exigen (bien por su rareza, complicación o concentración necesaria), como pueden ser las aproximaciones de categoría II/III. La operación anormal, con la que se lidia de vez en cuando en algún vuelo real (generalmente en forma de fallos sin mayor repercusión para la seguridad del vuelo) y la de emergencia (que, aunque muy jodida y peligrosa, muy pocas veces se acuerda de ti) son las más repasadas y practicadas en el simulador.

Por otro lado, pequeño inciso (después de ver Whisky Romeo Zulu, uno difícilmente puede resistirse a ver el documental Fuerza Aérea Sociedad Anónima que, aunque mucho más técnico que la película, ayuda a terminar de asociar lo que ocurre a diario en la aviación argentina, pobres, con una pesadilla hecha realidad), algunas compañías parecen confiar más de la cuenta en los avances de la tecnología (o quizá debiese decir en su gestión y mantenimiento, a los que creen estándar) y deciden que sus pilotos no tienen la necesidad de dominar a la perfección cualquier otra operación que no sea la normal (o la de si te pasa algo no lo cuentes), llegando a tener la cortesía de hacerles pasar por ese mal trago llamado simulador una sola vez al año (algo totalmente ilegal con lo que muchos se sacan unos ahorrillos).

Desde un sidestick defectuoso que comanda órdenes diferentes a las deseadas por el piloto en pleno despegue, una despresurización instantánea a nivel de crucero con daños estructurales y con su descenso de emergencia incluido, un reventón de una rueda o un motor que se desprende del avión en plena carrera de despegue, fallo completo del sistema hidráulico, un amerizaje tras el fallo de ambos motores como consecuencia de una fuga de combustible, hasta un infarto de corazón fingido por el comandante durante una aproximación CAT III a 100 pies del suelo, sin obtener aún referencias visuales y con fallo del piloto automático, cualquier cosa es posible cuando te encierras entre las cuatro paredes del simulador.

Rebuscando entre varios vídeos de emergencias simuladas he ido a parar con éste, que creo será quizá el más ilustrativo para aquellos no expertos en la materia. La explicación de lo que ocurre, más abajo.

 

Se trata de un fallo consecutivo de ambos sistemas automáticos de presurización del A320 (sistema 1 en el minuto 00:13 y sistema 2 en el minuto 00:51) que no deja a los pilotos otra opción que revertir al sistema manual para controlar la presión en cabina (minuto 01:06).

Tras completar la lectura del ECAM, alrededor del minuto 01:56, parece que la cosa se estabiliza y que no pasará a mayores (lo cual nos deja con un avión en buen estado con el que, dependiendo de la fase concreta del vuelo en que nos encontremos, se podría continuar hasta el aeropuerto de destino sin problemas).

Lamentablemente, debido a algún fallo realmente grave en el sistema de presurización, quizá una válvula outflow defectuosa, la presión de cabina empieza a disminuir (minuto 02:11). El aire escapa del avión más rápido de lo que consigue entrar (se dice que la cabina sube hasta la altitud a la que le correspondería la presión real existente en un momento dado en el exterior del avión). Se ve entonces cómo el copiloto intenta contrarrestar esta tendencia tratando de cerrar la válvula outflow manualmente, con la idea de disminuir así el régimen de ascenso de la cabina (minuto 02:18).

Sin éxito alguno, minuto 02:21, el comandante, ante el inevitable descenso de emergencia que se avecina, ordena al copiloto ponerse la mascarilla de emergencia (minuto 02:25). Tres segundos después, minuto 02:28, se puede escuchar sonar claramente la alarma asociada al master warning como consecuencia de una altitud de cabina superior a 9550 pies, a la vez que vemos cómo el copiloto se pone la mascarilla. Se chequea el funcionamiento de los micrófonos de ambas máscaras (a través del interfono) en el minuto 02:32 y seguidamente se notifica a ATC que se va a comenzar el citado descenso de emergencia, que se inicia en el minuto 02:45. Se configura la FCU para nivel de vuelo 100 y rumbo 090º, se usan speedbrakes y se selectan los gases a idle retrasando las palancas de potencia hasta el mínimo y desconectando, por tanto, el auto thrust (cosa con la que no estoy de acuerdo, pues mientras hagas el descenso en Open Descend, como ocurre en esta ocasión, el avión te coloca los motores en idle automáticamente).

El vídeo, aunque aburrido, lento, realizado en simulador y con una atmósfera artificial sin comunicaciones con ATC, reproduce fielmente lo que podría ser la forma idónea de actuar ante una descompresión real (digo idónea porque cualquiera, en la misma situación, se pondría nervioso, intentaría hacer las cosas de forma más rápida y correría el riesgo de equivocarse u olvidarse algo). Las comunicaciones entre pilotos y la forma de actuar siguen fielmente la filosofía de Airbus y, por tanto, los procedimientos del avión.

Entretanto, mientras los pilotos luchan por solucionar el problema en la cabina de pilotaje, detrás, la tripulación de cabina tiene que hacer lo propio y ayudar a los atemorizados pasajeros a volver a sus asientos para abrocharse los cinturones y ponerse las mascarillas lo antes posible (todo mientras ellos mismos andan usando botellas de oxígeno o mascarillas de pasajeros sobrantes para poder continuar conscientes). Una emergencia no sólo requiere, por tanto, que la tripulación de vuelo, comandante y copiloto en aviones modernos, rinda al máximo y eficientemente, sino que en muchas ocasiones exige una gran participación y ayuda por parte de la tripulación de cabina (buenos ejemplos, aparte de la descompresión, son la amenaza de bomba a bordo, fuego en cabina, secuestro o incapacitación de un miembro de la tripulación de vuelo).

Algunas de estas emergencias, además, degeneran en otro de los procedimientos que más se suelen entrenar dos veces al año (también en simulador, lo que nos evita alguna que otra carrera para evitar quedar atrapados entre las llamas). Se trata de la evacuación de emergencia, repetida en muchas situaciones diferentes (a pocos metros del parking, justo tras abortar un despegue o nada más aterrizar como consecuencia de una emergencia como un fuego en cabina que, aún habiendo conseguido llegar a tierra, haga aconsejable sacar a todo el mundo cuanto antes del avión).

Ante el pánico que supone para la mayoría de pasajeros evacuar un avión (pues saben que algo no debe ir bien), un comandante debe recapacitar muy mucho la decisión de hacerlo para ahorrarse así el pánico, empujones, carreras y prisas que siempre, inevitablemente, acaban causando heridos inútiles en evacuaciones que podrían no haberlo sido (o al menos no tan descontroladas).

Si aún así se tomase la decisión de evacuar, cada tripulante debe conocer al milímetro sus funciones antes y después de iniciar la evacuación. En el caso de situaciones que además hagan necesario un aterrizaje de emergencia o un amerizaje, existe una serie de procedimientos que deberán iniciarse bastante antes de tomar tierra para poder así preparar a los pasajeros con tiempo.

En algunas ocasiones, como en el caso de una descompresión rápida de la cabina, los aviones disponen incluso de grabaciones que se activan de manera automática al saltar las mascarillas de oxígeno y que instruyen a los pasajeros acerca de cómo actuar.

En otros casos, la llamada del comandante «Purser to Cockpit» (sobrecargo a cabina) será el primer indicio que tendremos de que algo no va como debería. Podremos ver cómo, efectivamente, la sobrecargo sale corriendo hasta la cabina de pilotaje para recibir un briefing de emergencia mientras el resto de tripulantes aseguran a toda prisa la cabina de pasajeros.

En caso de tratarse efectivamente de un aterrizaje de emergencia o amerizaje, la orden «Attention Crew on Station» se dará 2 minutos antes de aterrizar e indicará a la tripulación de cabina que ha llegado el momento de dejar lo que estuviesen haciendo y de correr a sus asientos para abrocharse los cinturones y prepararse para la posible evacuación una vez en tierra. También es una orden que podremos oír en caso de aborto de despegue, en cuyo caso indicaría igualmente que algo no ha ido bien y la posibilidad de evacuar inminentemente.

La última comunicación antes de tomar tierra será «Brace, Brace«, que posteriormente deberá ser repetida de forma continua por parte de la tripulación de cabina a los pasajeros, a chillido limpio, recordando a estos que deben reclinarse hacia delante en sus asientos tal y como se les indicó en el briefing de emergencia antes de comenzar el vuelo.

Este vídeo es real. Se trata del aterrizaje del emergencia del vuelo 3337 de US Airways, el 16 de mayo de 2006, tras reventar una rueda en carrera de despegue unos minutos antes. Me gustaría indicar que los ejemplos de llamadas entre miembros de la tripulación que he usado para ilustrarlo corresponden al manual de seguridad en vuelo de mi compañía, pudiendo variar (aunque no de forma significativa) de unas compañías a otras.

 

 

Una vez en tierra, tanto si ha existido aterrizaje de emergencia (implicando un riesgo serio de colisión, cosa que por grave que sea la emergencia pocas veces ocurre) como si no, el comandante tiene dos opciones. La primera sería resumir la operación normal, a través del comando «Normal Operation«, en caso de que todo haya marchado correctamente y la emergencia sufrida no siga constituyendo un grave riesgo para la seguridad de los pasajeros. En caso contrario, tras ejecutar la perceptiva lista…

Emergency Evacuation Checklist A320

… sólo quedaría transmitir «Evacuate, Evacuate» a través del PA para que la evacuación se inicie. Algunas compañías piden a sus pilotos que especifiquen en dicho mensaje el lado por el que debe ser evacuado el avión (por aquello de no evacuar pasajeros por el lado de un fuego o por algún sitio donde puedan entorpecer a los equipos de emergencia). Otras compañías, en cambio, restringen dicha instrucción y dejan la decisión en manos de los tripulantes de cabina (que por otra parte, tienen una mejor visión hacia los lados del avión y pueden juzgar, en la mayoría de los casos, con mucho más criterio).

Al pulsar el botón EVAC COMMAND del panel superior de la cabina, una fuerte bocina (que puede ser cancelada en la cabina de pilotaje para comodidad de los pilotos) comienza a sonar en todo el avión para alertar a los pasajeros de la situación y meter un poco de prisa a los rezagados. Aunque, sumada al estrés general ya creado por la situación, bastaría como para acojonar bastante a cualquier pasajero por valiente que fuese, obligarle a quitarse los zapatos (para evitar dañar las rampas de evacuación) y a salir corriendo del avión olvidando todas sus pertenencias personales a bordo de éste, hay situaciones en las que la realidad supera todas las expectativas.

En este otro vídeo se puede ver la evacuación real del vuelo Iberia 6250, que hace cuatro años, con destino Madrid, se vio obligado a regresar al aeropuerto JFK de Nueva York tras declararse un incendio en uno de sus motores 20 minutos después de despegar. Una vez en tierra, con el motor aún en llamas, se inició rápidamente la evacuación de los pasajeros mientras los bomberos combatían el incendio. Se trataba de un B747. Lo que me impresiona es la pasividad de muchos de sus pasajeros que, lejos de vivir escenas de pánicos y empujones, tienen tiempo para coger todos sus equipajes de mano (yo también lo haría) y saltar del avión sin haberse descalzado como indican las normas. Tan sólo 6 heridos leves, sorprendente.

 

Mientras tanto, durante una evacuación de emergencia, a la vez que observamos cómo todos nuestros pasajeros salen corriendo cuanto más lejos mejor, en la cabina de pilotaje también se viven momentos de gran tensión. Después de asegurar y apagar equipos, lanzar los extintores de motores y APU en algunas ocasiones, tener que escuchar alguna palabra subida de tono y de recoger nuestras pertenencias si nos es posible, dejamos que el comandante se queme en el infierno y nosotros, copilotos, reunimos el equipo de emergencia y salimos del avión haciendo uso de cualquier salida de emergencia disponible, incluyendo la posibilidad de deslizarnos por la cuerda de escape a través de la ventana de la cabina…

 

… tras lo cual tendremos que dedicarnos a ayudar a los pasajeros que se encuentren ya en tierra firme. Por otro lado, el comandante, en un primer momento y si es que no ha salido ardiendo, deberá ayudar al resto de tripulantes con la evacuación de los pasajeros. Una vez finalizada ésta, será además la última persona en abandonar el avión (debiendo hacerlo si le es posible por cualquiera de las dos salidas traseras). Una vez en tierra, en caso de haber aterrizado en un lugar remoto, tomará el mando del grupo hasta que lleguen los equipos de rescate (el comandante y sus responsabilidades, que se joda).

Con respecto a esto último, yo pagaría por ver cómo alguno de mis comandantes hacen de guías e intentan arreglárselas con 200 pasajeros tras un aterrizaje de emergencia, si bien, fuera de bromas, espero que nunca llegue a ocurrir.

Rascando en Princess Juliana

Cuatro Vientos no era un aeropuerto para intrépidos. En pleno mes de diciembre, tras despertarte a las siete de la mañana, ponerte el uniforme y recorrerte medio Madrid en autobús para ir a volar, lo normal era que no lo terminases haciendo. Salías por la puerta de tu casa y lo primero que hacías era mirar al otro extremo de tu calle, temiendo que la niebla no te dejase ver más de cinco o seis filas de coches. Aunque así fuese, estabas obligado a ir al aeropuerto para escuchar a tu instructor decirte que no salíais, que la torre de control no quería abrir el campo habiendo menos de cinco kilómetros de visibilidad. Tú intentabas recordar aquello que habías aprendido hace días acerca de los mínimos visuales, el SVFR y todo tipo de argumentos válidos en contra de la decisión de la torre, pero no te iba a servir de nada. Al margen de que Cuatro Vientos gozase de su propia normativa, porque sí, porque alguien lo consideró oportuno sin ninguna razón de peso, las normas de tu escuela eran, en cualquier caso, más restrictivas que las del propio aeropuerto. Si al Jefe de Operaciones se le cruzaba una nube desde que salía de casa hasta que llegaba a trabajar, no se volaba, eran las normas.

Así que todas las mañanas de diciembre acababan igual. Había que echar un rato más en el aeropuerto, lo que fuese necesario para no coger el atasco de entrada a Madrid, así que los cinco o seis a los que os tocaba volar terminabais mirando, desde los cristales de la terminal, cómo aterrizaban la Citation y los Aviocar del CECAF en medio de la niebla. El sonido de sus reversas parecía dejar corta una pista en la que el resto del día operaban casi exclusivamente aviones ligeros, a los que les sobraban muchos de esos 4900 pies (1500 metros aprox.) de longitud. Mucho tenías que flotar aterrizando la Archer como para acabar saliéndote por la última calle de rodaje.

La discusión en la salita de operaciones de la escuela era siempre la misma: podría aterrizar aquí un avión de pasajeros como un A320?? Otras veces alguien cambiaba y preguntaba por el B737, pero nunca me tocó volar uno de esos días. Sin siquiera conocer el PCN de la pista, parecía obvio que hablar de un avión más pesado era perder el tiempo, al menos si no queríamos ver cómo sus ruedas hacían de nuestra pista un campo de hormigón arado.

Efectivamente un A320, incluso en vacío, resultaría demasiado pesado como para aterrizar o despegar desde Cuatro Vientos (al menos según los datos que nos ofrecieron un día en la torre de control) pero, sorprendentemente, aún podría operar si sólo tuviésemos en cuenta la longitud de la pista.

En Peretola, Florencia, un avión mayor a un A319 se sale de lo idóneo. Frenar las 64 toneladas de un A320 o B737-800 lanzadas a 130 nudos, en los escasos 4600 pies de pista, puede llegar a ser bastante complicado (sin hablar de lo que supondría aterrizar en condiciones de pista mínimamente contaminada, que sería un billete directo a tu alternativo). Tan complicado que, en aeropuertos como éste, todo piloto suele necesitar de una autorización especial para operar.

La primera vez, cuando te dicen que aquel agujero negro de allí es donde tienes que poner las ruedas, asusta un poco.

 

Volar un A320 en vacío es casi como volar una avioneta, muy ligero. 180 pasajeros y aún 3 toneladas de combustible es otra historia. Spoilers y reversas al máximo, sin duda. Frenos a requerimiento de acuerdo a nuestro peso, al estado de la pista y a cómo de pronto hayamos conseguido poner las ruedas en ésta.

En este tipo de aeropuertos es difícil que te aplaudan (sí, no es que me haya hecho piloto por ello, pero aún quedan turistas que lo hacen). Ir a por una toma fina puede terminar en algunas ocasiones en aproximación frustrada, gran cagada. Le pasó el otro día a un A330 de Turkish Airlines en Estambul. Mucho tienes que flotar como para irte al aire sobre una pista de 9800 pies. Cosas que pasan.

Así que todos acabamos igual, bajos en el PAPI. Al principio disimulas bien, dos rojas dos blancas, pero a medida que ves cómo se aproxima el agujero negro, vas a por tu tercer roja. En condiciones visuales (incluso saliendo de nubes, a pocos segundos de tomar, una vez con referencias por debajo de mínimos), en un aeropuerto que conoces y sabiendo lo que haces, no tiene por qué ser peligroso.

En aeropuertos como Peretola, en los que acabas poniendo las ruedas justo en el umbral, llegas a tener cuatro luces rojas.

Como buen piloto sabes que, además, no todo es esa pequeña pista. No estás haciendo la aproximación de tu vida ni tu único vuelo. Estás realizando una operación normal en compañía, con pasajeros, un vuelo más. Después de este salto tendrás otro y luego otro. Te conviene pensar en otros factores limitantes, como puede ser la temperatura de frenos.

Go a little bit lower, gran frase, cual ladrido de perro, maullido de gato o tocamiento de cojones, es lo que le oyes decir al comandante cuando, a pocos segundos de tomar, aún no estás todo lo bajo que deberías como para que él pueda ejecutar con maestría su plan de no calentar los frenos a más de 100ºC. No importa si estás tomando en Peretola o en una pista de 12000 pies de longitud, hay comandantes que se habitúan a las 3 rojas, de donde nunca más salen.

En el caso del A320, sin tener que lidiar con grandes pesos (véanse aviones de largo radio) o sin apenas ningún aeropuerto de aviación comercial en el que no pueda colarse (a excepción de alguno donde un CRJ y poco más), pocas limitaciones existen a la hora de aterrizar. Es por esto que, en la mayoría de ocasiones, lo único que se puede tender a favorecer a la hora de aterrizar es la vida, desgaste y efectividad de motores (reversas) y frenos.

Estos últimos, además, son un factor clave de cara al siguiente despegue, vuelo y aterrizaje del avión, así como determinantes a la hora de poder hacer una escala rápida.

ECAM Hot Brakes

Frenar a lo largo de toda una pista con los autobrakes en nivel medio puede suponer que la temperatura de frenos se te dispare bastante por encima de 300ºC, lo cual, al igual que 150ºC en caso de haber usado los brake fans (ventiladores situados en las ruedas con el propósito de enfriar los frenos en tierra), se convierte en un factor limitante a la hora de realizar el próximo despegue.

Tanto de acero como de carbono, aunque normalmente estos últimos ya en casi todos sitios, los frenos pueden aguantar una temperatura de 800ºC antes de hacer saltar las válvulas de seguridad de las ruedas para desinflarlas (en vez de esperar a que exploten a causa del calor, lo cual podría generar mucho daño al avión y a quien se encontrase en sus alrededores).

300ºC aseguran que los frenos no estarán demasiado calientes como para perder eficacia en caso de un frenazo brutal, con los autobrakes al máximo, en un supuesto aborto del siguiente despegue. Evitarán, además, que al subir las ruedas se puedan sobrecalentar las líneas de fluído hidráulico debido a su proximidad con éstas en el pozo del tren de aterrizaje.

Por otro lado, con los ventiladores de los frenos en marcha, 150ºC parece una aproximación bastante buena, según dice Airbus, a la temperatura que, computada por los sensibles medidores, correspondería una real de 300ºC en los frenos.

Así pues, todo lo que sea necesario para enfriar los frenos después de aterrizar, será bien recibido. En la mayoría de ocasiones no pasa de medidas como usar los brake fans o ventiladores externos similares en caso de que el avión no los tenga, no les funcionen o la temperatura sea tan excesiva que se requiera un equipo más potente para evitar males mayores.

Otros pilotos, en cambio, poniendo en peligro la seguridad del avión (al menos en mi opinión), se acostumbran a otras estrategias que no tienen por qué ser necesarias en pistas normales, como quedarse bajos en la aproximación. Ganar hasta 1000 pies de pista poniendo las ruedas más cerca del umbral de lo normal, supone en la mayoría de ocasiones un frenado mucho menor (aun siendo éste suficiente como para salir de pista por una salida rápida adecuada).

En aviones que no tienen instalados brake fans, esta práctica se hace, por tanto, más común. Sin que pueda hablar a ciencia cierta de lo que ocurre en España, en Turquía es muy normal ver cómo cualquier tripulación pica su avión más lo normal en corta final y acaba tomando mucho antes de lo normal. La recompensa en pistas cortas, que no excesiva, se limita a poder ver cómo tus frenos no pasan de 250ºC una vez en el parking.

El aeropuerto de Princess Juliana, en la isla de Saint Martin, es ése que tantas fotos espectaculares nos ha brindado en innumerables revistas. La conocida playa de Maho Beach, situada a metros del umbral de la pista de aterrizaje, es un lugar privilegiado para ver aproximaciones como ésta:

En 7700 pies de pista podría aterrizar y despegar 3 veces una Archer. Aún es una longitud adecuada para un A320, pero quizá algo escasa para un B747 lleno hasta los topes, que inevitablemente tiene que quedarse bajo en la aproximación si quiere evitarse complicaciones mayores. Seguramente no se trate de un tema de conservación de frenos, sino del problema que supone parar un avión tan pesado en una pista tan corta, aún abusando de estos.

Aproximaciones semejantes son las que han hecho tan famoso a este aeropuerto, que brinda la oportunidad de ver desde cortísima final los aterrizajes de los aviones comerciales más grandes del mundo (que se quedarán pequeños cuando Airbus deslíe sus cables).

Sin poner en duda por un sólo segundo la profesionalidad y capacidad de un piloto de B747 para ajustar su avión a una pista corta, como nos demuestran día tras día en infinidad de aeropuertos, hay veces que se mete la pata y se ajusta quizá más de lo necesario. Poner las ruedas fuera de la pista no es una tontería y aún tratándose de un umbral desplazado, sólo apto para despegues y no para absorber la fuerza de un Jumbo arremetiendo contra él, se trata de algo totalmente prohibido.

 

Lamentablemente, a Saint Martin no sólo llegan grandes pilotos a bordo de sus 747 intentando ajustar al máximo y ser conservadores con sus pasajeros, su avión y sus frenos. La fama atrae a mucha gente y a Princess Juliana le sobra. Aterrizar allí te garantiza unas cuantas fotos al día siguiente en Airliners, que para algunos parece no tener precio.

Como siempre, hay excepciones. Pilotos que, dejando a un lado su supuesta profesionalidad (que se quitan de un plumazo), se dejan llevar por los turistas de Maho Beach y hacen verdaderas locuras. Si yo fuese el encargado de hacerlo, fotos como ésta darían al traste con muchas licencias.

Una foto espectacular para cualquier revista y una gran candidata a convertirse en una de las más vistas en Airliners. Muy ameno para la gente que se amontona en Maho Beach e impresionante para los aficionados de la aviación, teniendo en cuenta que una aproximación normal, de un avión mucho mayor, sería algo así:

Para mí, lo peor. Cierto es que no tengo ni idea de las condiciones reales en las que se produjo dicho aterrizaje, de los tráficos que pudiesen existir, del tipo de aproximación realizada o de cualquier otro elemento externo que se escapa de la foto. Un 747 cargado de pasajeros puede tener razones de sobra para quedarse un poco más bajo de lo normal (aunque ninguno, por más que busco, haya llegado a quedarse tan bajo como nuestro amiguito), pero en cualquier caso, salvo emergencia, no se me ocurre la razón por la que un Falcon 20F podría llegar realizar tal aproximación y encontrarse tan bajo y vendido, aún siendo obvio que el régimen de descenso debía ser muy escaso o nulo, muchos metros antes de una pista tan larga para él y que cuenta, además, con umbral desplazado (lo que le obligaría a estar aún mucho más alto).

Parece que algunos cambiarían la seguridad de sus pasajeros, de los turistas de la playa y la integridad de las propias instalaciones del aeropuerto por una buena foto. Luego tú, cada vez que se te ocurre saludar a un grupo de fotógrafos agolpados cerca del umbral de la pista por la que vas a despegar, tienes que soportar a algún que otro comandante que te recuerda que llevas 180 pasajeros a tus espaldas y que deberías estar atento a otras cosas.

Actualización:

Según nos cuenta GONZO en uno de los comentarios al post, hay un vídeo en el que se puede ver con mayor claridad las aproximaciones a las que me refiero. Una de ellas, la del KLM que toma en el umbral desplazado la tenéis en el minuto 01:00. La otra, la del Falcon 20F que pasa mucho más bajo de lo normal, es la última del vídeo, minuto 02:00. Se puede observar claramente cómo mantiene un régimen nulo de descenso para no empotrarse contra la valla del aeropuerto y cómo después, incluso, parece intuirse un leve ascenso para no tocar en el umbral desplazado. Muchas gracias GONZO!!

 

 

Whisky Romeo Zulu

Volar no es lo que soñaste. Acertado eslogan.

Soñaste con ser el mejor de los pilotos, con ser un ejemplo para todos. Regulaciones, normas, requisitos, mínimos, máximos, todo diseñado escrupulosamente para que el mejor de los pilotos, tú, se ciñese al procedimiento en cualquier situación, siempre, sin excepciones, sin importar el tiempo que pasase, la experiencia acumulada o lo que hicieran los demás.

En clase te insistían en que lo primero era la seguridad. Pasabas por interminables sesiones de simulador, aguantando broncas, una y otra vez, porque al instructor le había parecido ver cómo te bajabas 10 pies de mínimos. Te repetían miles de veces aquello de que lo primero era volar el avión y después todo lo demás. Ni tú ni tu compañero hacíais mucho caso y hacía falta repetir hasta cinco veces el despegue para que volar fuese más importante para vosotros que combatir un fuego de motor a 100 pies del suelo.

Cada día volvías a oir hablar de lo mismo. De cómo cumplir las normas a rajatabla y no desviarte del procedimiento ni un milímetro. La cosa se hacía confusa, a veces, al pensar cómo el mismo profesor que te soltaba aquella charla día tras día, comandante de Iberia con 40 años de aviación a sus espaldas, te contaba, entre clase y clase, las miles de anécdotas, incidentes, meteduras de pata e ilegalidades que por una cosa o por otra le habían acontecido en toda su carrera.

Aún así tú creías firmemente en el sistema, en los procedimientos. De vez en cuando volvías a tus crisis, a querer cuestionar algunas cosas. Algún que otro accidente te hacía dudar acerca de si leer una lista de chequeo de tres páginas sería lo más apropiado mientras tu avión se quema por dentro. Volar el avión y navegar sin prisas no parecía mejor solución que tirarte como un loco para abajo.

Al menos estabas tranquilo. Eras testigo de cómo se cambiaban y mejoraban los procedimientos. Todo parecía perfectamente diseñado para tapar cualquier tipo de falla en materia de seguridad. Hasta que la experiencia, con los años, no dictase lo contrario, todo piloto haría del suyo un vuelo seguro. Siempre hay cascarrabias, alguno que se baja de mínimos, alguno que no se conoce bien su avión, algún país o compañía con procedimientos tercermundistas… pero en principio, dejando a un lado la profesionalidad de cada uno, ningún piloto tiene ganas de matarse así por las buenas (Egyptair 990 al margen).

Llegó el día en que pudiste leer con traquilidad la MEL de tu primer avión comercial. Una lista muy detallada de instrumentos, equipos y procedimientos mínimos que deben estar operativos (y de aquellos que pueden no estarlo) para que el avión sea considerado aeronavegable. Había cosas curiosas. No se puede volar si te falta un motor. Tampoco se puede volar si a los asientos de los pilotos les falta la palanca manual para moverlos horizontalmente. En cambio, mira por donde, se pueden hacer 3 vuelos si al copiloto (que se joda, que para eso es la marioneta del avión) le faltan sus harneses.

MMEL A320 Cockpit Furniture

Otras cosas, lejos de ser curiosas, empezaban a mosquearte. A los pocos meses de empezar en tu nueva compañía, te toca volar uno de esos aviones perfectamente aeronavegables, pero con la válvula de Hot Air jodida. Tres horas y media de Barcelona a Estambul, por la noche, con una temperatura de 14ºC a 18ºC durante todo el trayecto. Parece que los Packs no regulan por sí solos la temperatura todo lo bien que debieran, al menos no hoy, y mientras que los pasajeros de las últimas filas se arman de abanicos caseros en un intento de no asarse de calor, tú y el comandante vais acurrucados en vuestros asientos, con los pies subidos, las chaquetas puestas y envueltos en un par de mantas cada uno.

Ojalá volar fuese siempre así de curioso. Desgraciadamente no lo es. Poco a poco vas comprendiendo el verdadero alcance del asunto. Compruebas cómo, en compañías vecinas, salen a volar todos los días con algo más que una Hot Air cerrada. Oyes historias, rumores.

Un día te paseas por la plataforma y ves los daños en un A300-600 que metieron hace poco en una tormenta, de noche, con el radar fuera de servicio y con 250 pasajeros a bordo. Subes a tu avión y te dicen que las luces de emergencia fallan. Afortunadamente vuelas para gente que se preocupa, que no te echarán a patadas si abres la boca para otra cosa que no sea pedir la puesta en marcha.

Otros, en cambio, no pueden esconderse detrás de la MEL por mucho tiempo. Ésta se convierte en un muro contra el que chocan los intereses de pilotos y empresa. La seguridad y los beneficios.

Algunos pilotos, la mayoría, luchan por sus principios, por lo que han aprendido. Otros, unos pocos, se dejan llevar con tal de no mosquear a nadie y poder agilizar la operación.

En cualquier caso, todos los que se quedan en tierra y no suben a ese avión (los de mantenimiento, personal, operaciones de vuelo, los jefes) son los que luego actúan como si no supiesen nada acerca de la existencia de esa MEL. Ellos nunca recibieron clase de un comandante escarmentado que no dejaba de insistir en que lo primero era la seguridad.

Whisky Romeo Zulu es una película que me ha impresionado mucho. Escrita, dirigida y protagonizada por Enrique Piñeyro, ex-piloto de LAPA, narra la historia previa al accidente del vuelo 3142 de la misma compañía, ocurrido el 31 de agosto de 1999, en el que fallecieron 67 personas. El avión, que da nombre a la película, se trataba de un B737-204C con matrícula LV-WRZ.

Entre las diversas causas barajadas, el motivo final del accidente fue el olvido por parte de la tripulación de selectar una configuración de flaps óptima para el despegue (intentaron despegar en configuración limpia). Según nos cuenta la película, realizada a modo de denuncia por su autor, era tal la cantidad de falsas alarmas que se daban a bordo de los aviones de LAPA (debido a su mal mantenimiento) que, como dice su protagonista, «cuando se llega a semejante degradación de la cultura operativa, es muy difícil que un piloto reaccione adecuadamente a una alarma. En LAPA se había generado una cultura de operación, donde lo aberrante se terminó transformando en la norma«.

Whisky Romeo Zulu

No pretendo entrar en lo que sería una larga polémica acerca del accidente, del mantenimiento de LAPA o de la situación de la aviación en Argentina y lo poco que la Fuerza Aérea Argentina ha hecho y hace por mejorarla. Creo que la película hay que tomarla como lo que es, sin más. Hay gente que pretende profundizar en el asunto y usar la película como un arma. Muchos piensan que debería haberse rodado a modo de documental, dejando a un lado otro tipo de cosas (como la historía de amor, que no es tan empalagosa como en otras películas).

Creo que a la gente se le escapa algo. Quizá soy un egoísta y sólo miro la parte que me toca, pero me ha impresionado mucho más verme reflejado en la pantalla, que la crítica que hace la película a la gestión de LAPA. Whisky Romeo Zulu ha sido la mejor película de aviones que jamás haya visto, una muy buena película.

Por primera vez no he sentido vergüenza ajena al ver una película de este estilo. Muy técnica, sin errores, nada que criticar. Muestra el trabajo de los pilotos, la responsabilidad a la que hace frente el comandante, los procedimientos, la operación, la jerga, las bromas, todo. Aunque no vueles el B737, sientes como si aún estuvieses a bordo del avión con el que hiciste el vuelo de esta mañana. La ambientación es genial, el ruido, las conversaciones, las tomas de cabina y la forma de estar de los pilotos, excepcionales.

Es inevitable recordar ciertas películas de aviones (dejando a un lado las de desastres y parodias) que, pretendiendo ser serias, no se molestan en recrear fielmente la atmósfera en la cabina de un avión. Desde RMIs, como platos, sustituyendo al horizonte artificial, hasta típicas frases como «gire a rumbo 568», «despegue por la pista 44L» o «baja los alerones 4 grados». Películas que no soporto y que suponen lo mismo para mí que ver Hospital Central para un médico.

«Náufrago» tiene una buena escena de aviones, en la que el FedEx en el que viaja Tom Hanks se estrella. Una jerga bastante aceptable, aunque no se libran de algún que otro fallo. Incluso películas como «Aterriza Como Puedas» o «Hot Shots» son más fieles que otras más serias (supongo que hay que conocer suficientemente aquello de lo que te quieres reír, como para poder hacerlo).

Aterriza Como Puedas

El tema de Whisky Romeo Zulu también nos hace pensar, sin duda, en España. No tenemos Fuerza Aérea Argentina, pero tenemos al Ministerio de Fomento y a su Dirección General de Aviación Civil. No tenemos un accidente de LAPA, pero tenemos casos recientes como el del comandante Miguel Ángel Gordillo (Iberia) o el del comandante Joaquín Garriga (AeBal).

Nos habían enseñado que en España la seguridad era una materia sagrada, pero parece que con el tiempo nos estamos descuidando.

En el caso del comandante Gordillo, fue la ineptitud por parte del mantenimiento de Iberia la que llevó a este piloto a dejar un A320 en tierra, en Jerez, a la espera de que le arreglasen una avería de un loop de fuego de un motor, cuya reparación retrasó Iberia, con ampliaciones de diferidos más que ilegales, durante meses.

Durante los meses que duró el juicio, con el comandante Gordillo de patitas en la calle y manifestaciones diarias de sus compañeros ante la sede de la compañía en Madrid, dos informes oficiales de inspectores del Operaciones de Vuelo, acusando a Iberia de lo sucedido y poniendo en duda la eficacia del mantenimiento de la compañía (advirtiendo incluso de un posible accidente de seguir así, como en Whisky Romeo Zulu) fueron denunciados por Iberia por prevaricación. Mientras tanto, la propia compañía servía al juez de otros informes (mucho más favorables y secretos para la defensa del comandante, en un principio) de inspectores de Aviación Civil y de Airbus (estos últimos intercediendo debido a su mala relación con Gordillo, quien denunció y obligó al fabricante a llevar a cabo una serie de remodelaciones en las bodegas de carga de los A320).

La sentencia, finalmente, desestimaba la pretensión de nulidad del despido, declaraba la improcedencia del mismo y condenaba a Iberia a optar entre readmitir al comandante Gordillo en las mismas condiciones anteriores, o a abonarle una indemnización que ascendía a 271.125 euros. También le deberían ser abonados, en cualquier caso, los salarios debidos desde el día del incidente, en que el piloto fue expulsado de la compañía.

Un buen guión para otra película.

Más de cine parece aún el caso de AeBal.

El 17 de abril de 2001, el comandante Parra rechaza volar un Madrid – Palma a bordo del EC-HNY tras comprobar que la presión de oxígeno de la botella para suministro de la tripulación de vuelo es nula o casi nula. Sin ningún tipo de represalia, Joaquín Garriga, entonces Director de Operaciones de AeBal, decide ponerse a los mandos del avión y completar el vuelo (que llega a su destino sin mayores incidencias).

Ostentando un cargo de tal importancia en una compañía aérea, sabes bien a lo que te enfrentas. Conoces las normas y pides a tus pilotos que las respeten. Con su decisión, el señor Garriga no sólo pone en peligro la vida de los 111 ocupantes del vuelo, sino que muestra una total falta de respeto por legislación, normas y procedimientos internacionales, al volar un avión que según la MEL no tenía el equipo mínimo necesario para poder despacharse (en este caso algo vital, como oxígeno para la tripulación de vuelo).

Lo que nadie se imagina es que Joaquín Garriga guarda un as en la manga. Al más puro estilo de Whisky Romeo Zulu, la Dirección General de Aviación Civil (léase Ministerio de Fomento) se pone de su parte (contactillos que tendría el hombre). En un primer momento consideran la actuación del piloto como algo comprensible en su situación, teniendo en cuenta la enorme presión que soportaba en su cargo y las pérdidas que hubiese supuesto para AeBal el hecho de que el vuelo no se llegase a realizar.

En esta situación es el propio Sindicato de Pilotos de Líneas Aéreas, Sepla, quien toma cartas en el asunto y lleva a Garriga a los tribunales, recordando que la conducta del comandante constituye una falta tipificada en la Ley Procesal de Navegación Aérea, por incumplimiento de las normas de seguridad, imprudencia o no disposición de los aparatos reglamentarios del avión.

La Dirección General de Aviación Civil llega a ignorar (quizá a perder) un informe (criticando la actuación de Garriga) realizado al respecto por Javier Aguado, inspector de Operaciones de Vuelo y a obviar su existencia al juez instructor del caso que sólo tiene constancia de él gracias al abogado del Sepla, Javier Nart.

Por otro lado, otro informe, esta vez realizado desde la propia Subdirección General de Control del Transporte Aéreo (DGAC) por Luis Rodríguez Gil, exculpa al piloto de las acusaciones aún cuando admite que el vuelo se realiza incumpliendo la MEL (es decir, exculpan a alguien de incumplir las propias normas que ellos dictan).

Llegados a este punto, me parece que queda bastante patente la pasividad, ineficacia, ineptitud, desconocimiento de la legislación y procedimientos (por no decir otra cosa que suene peor) del Ministerio de Fomento ante este tipo de situaciones.

La defensa de Garriga llega a argumentar que las mascarillas de oxígeno no eran completamente necesarias para el vuelo, ya que el avión disponía de capuchas antihumo (Smoke Hoods) con generador de oxígeno químico propio, con el que la tripulación podría haber continuado el vuelo en caso de despresurización.

Pocas tonterías de tal calibre se habrán dicho jamás en defensa de un piloto que ha incumplido una normativa. Desgraciadamente te puedes esperar de todo cuando tratas con el Ministerio de Fomento (vaya contactos más gordos que debe tener allí un Director de Operaciones de cualquier compañía aérea española).

El Sepla se ve obligado, entonces, a realizar un vídeo en el que explica cómo las mascarillas de oxígeno pueden ser colocadas en apenas 6 segundos, mientras que las Smoke Hoods necesitan de al menos 32, con lo cual echan por tierra el argumento presentado por la defensa acerca de estas últimas.

Aviación Digital se preocupó de seguir el caso y de conseguir el vídeo original presentado por el Sepla.

Si no puedes ver el vídeo, aquí tienes el enlace al original.

Aunque lo parezca, esos 6 segundos no es la principal ventaja de la que gozan las mascarillas de oxígeno con respecto a las Smoke Hoods. Quizá lo más destacable sea el suministro de oxígeno a presión positiva (en condiciones de baja presión en cabina o de humo, por ejemplo), además de poder mantener las comunicaciones con el control aéreo y entre pilotos a través del interfono.

Las Smoke Hoods no pasan de ser equipos de oxígeno para atacar fuegos tanto en la cabina de pilotaje como en la de pasajeros (cosa que no es posible hacer con las mascarillas de oxígeno normales) y para que la tripulación de cabina pueda moverse por ella sin problemas en caso de humo.

En este vídeo se puede ver de forma más detallada el procedimiento de colocación de las Smoke Hoods del A320.

 

 

Así son las cosas. Una sentencia muy poco dura para un comandante con cargo de Director de Operaciones en una compañía como AeBal, que mostró una falta de respeto total a los procedimientos y a la seguridad del vuelo, sabiendo (lo que aún es peor) que sería intocable por parte del Ministerio de Fomento, sus amigos.

Algunas veces parece que en España los que desean romper las normas en nombre de los beneficios no son las compañías aéreas, sino los de más arriba, los propios que las diseñan y deberían sancionar su incumplimiento, a los que cada vez les empieza a importar menos la seguridad de los vuelos con tal de mantener contentos a sus amigos en las diferentes compañías aéreas (que, pobrecillos, a veces cometen errores sin saberlo).

Ahora ve tú y niégate a entrar en una tormenta con el radar fuera de servicio, a ver qué te pasa. Los de Clickair ya lo han probado. Lo hicieron el otro día y no hubo mayores represalias. Desde Sevilla, con fallo en el radar, aterrizaron en Madrid, arreglaron el problema y continuaron con el vuelo a una Barcelona llena de actividad. Espero que al menos, mientras puedan, sigan así.

Go around, flaps!

Turquía no es, precisamente, un país demasiado desarrollado en materia de aviación. Los medios son malos, escasos y están mal aprovechados. Las compañías aéreas, quizá la mayor imagen de modernidad del país, luchan por sobrevivir en un mundo en el que tienen todo en su contra. Hasta diez personas he visto haciendo el trabajo de una sola, he tenido que aguantar la sonrisilla de un coordinador que te entrega una carga y centrado para que tú y los doscientos de atrás os matéis despegando (literalmente), he sufrido varias pérdidas de separación, alguna casi rozando el desastre de no haber sido por el TCAS (hablo de un espacio aéreo donde, para protegerse de ellos mismos, no suelen permitirse separaciones de menos de 10 millas en aproximación), aguanto a diario a controladores que parece que aún controlan sin radar, con estimadas, y otro sinfín de cosas que, lejos de odiarlas, hacen que tengas que estar alerta todo el dia y te dan una muy buena experiencia.

Parecería que aquello es un desastre, pero no lo es tanto. Realmente, incluso a ojos de un piloto que se encuentre de paso, aquello parece hasta normal. Lo están consiguiendo. Se puede decir que, salvando algunos aspectos aún a mejorar, una de las primeras cosas que Turquía pone bastante por encima de los mínimos europeos, es la aviación. Me atrevo a decir que la culpa de esto la tiene la gran profesionalidad de la mayoría de pilotos turcos, sobretodo comandantes (no son todo quejas), que conforman una buena base que todos aprovechan para evitar males mayores.

Una de las cosas que más me sorprendió cuando empecé a volar en Turquía fue el escuchar a todo, absolutamente todo el mundo, hacer las comunicaciones en inglés. Es algo que choca mucho con lo que luego ves a pie de calle, donde cero de cada diez personas hablan un inglés aceptable.

Aún así, el hecho de que al menos controladores y pilotos decidan usar dicho idioma, en vez del turco, para comunicarse, es un gran paso (desde mi punto de vista) que no ha llegado aún a darse en países como Italia, Francia o España.

Es cierto que muchos pilotos de Air Nostrum y Vueling llaman en inglés, pero son sólo aquellos que han conseguido un nivel de chapurreo del español aceptable como para escapar de su país (donde no hay trabajo), trabajar en una compañía española y entrar, además, por menos sueldo, en el lugar de un copiloto español sin enchufe. Otros, como Clickair, con gran mayoría de pilotos españoles en plantilla, deciden que sus pilotos llamen en español para que luego no haya enteradillos, como yo, que vayan diciendo por ahí que llaman en inglés porque todos sus pilotos son extranjeros.

Parece obvio que lo más útil, para todos, son las comunicaciones en inglés (aún cuando nunca vayas a escuchar a un Iberia hacerlo así). Hacen posible que todos entendamos todo lo que se dice en frecuencia, que podamos hacernos una mejor composición de la situación y que sea posible adelantarse a cualquier problema derivado de una mala interpretación, por parte de un avión, de la instrucción de un controlador.

Esto jamás se podría conseguir sin tener antes un buen manejo de la lengua inglesa. En este aspecto, España es un puedo y no quiero, Turquía es un quiero y no puedo.

Después de todo, lo que se ve en la calle es parte de lo que se ve en el aire. En Turquía hay mucho piloto y, mil veces más grave, mucho controlador, que no domina la lengua inglesa. Al principio te llevas una magnífica primera impresión, pero cuando entiendes que allí el inglés se chapurrea hasta en frecuencia, empiezas a comprender que las cosas son más graves.

Es fácil autorizar a puesta en marcha, rodar o despegar a cualquier avión (para algo está la fraseología aeronáutica estándar), pero no lo fue tanto para aquel controlador, hace meses, el avisarnos, en inglés, de que llevábamos la puerta de respostaje de combustible abierta (cortesía de uno de esos mecánicos que necesitan otros 9 que le ayuden a hacer su trabajo). La única solución para el controlador era llamarnos en turco. No sabía hacerlo en inglés. Nuestra compañía es turca y el comandante era turco, suerte que tuvimos (todos). Le entendimos y todo quedó en una mera anécdota, aunque podríamos haber sido un Iberia y tener un leve incidente tras despegar.

Lo de ayer fue diferente, mucho más grave.

Aproximación ILS a la pista 24 del aeropuerto Ataturk de Estambul, el avión canta 300 pies de radioaltímetro, apenas 90 metros hasta el suelo, menos de 20 segundos para aterrizar. La visibilidad no es nada buena. Los comandantes son muy listos, siempre te reservan el vuelo en el que se aterriza de cara al sol. Aún así alcanzamos a ver cómo, lo que parecía otro mosquito aplastado en el parabrisas del avión, se convierte en una mancha oscura que, ya sí, claramente, entra en la pista de aterrizaje desde la calle de rodaje Papa.

El controlador de la torre de control, inmediatamente, se da cuenta de la situación. Un Follow Me ha entrado en la pista de aterrizaje sin su permiso. Nosotros ya estamos a 200 pies del suelo y comprobamos, nuevamente, que las luces de aterrizaje están bien puestas. Un A320, lleno de luces y a punto de aterrizarte encima, no puede pasar desapercibido.

Escucho nuestro indicativo por la radio y algo más que no logro entender, pero que me imagino. No puedo creer que nos haya hablado en turco, después de haber hecho todas nuestras comunicaciones en inglés, justo en uno de los momentos más críticos del vuelo. Miro al comandante, le veo mirarme con cara de situación. Nos han ordenado hacer un Go Around, una Aproximación Frustrada.

En vez de ordenar un simple Go Around, el controlador ha intentado explicarnos el motivo de éste y, sin conocimiento de inglés suficiente, ha decidido hacerlo en turco (él supone que, como volamos en una compañía turca, tanto el comandante como yo sabemos hablarlo). Nada de eso hubiese hecho falta, bastaría con un simple «Go Around».

Yo ya debería estar metiendo motor a tope y ordenando un punto menos de flaps. El comandante debería estar selectando flap 3 y subiendo el tren de aterrizaje. En cambio, no hacemos nada de eso, sino que nos miramos como tontos.

El controlador empiza a gritar al Follow Me, por frecuencia, para que salga de la pista. El comandante está al tanto de lo que ocurre y quiere pedir una nueva autorización de aterrizaje a la torre, suponiendo que el coche tenga tiempo de salirse, para evitar así que gastemos una tonelada más de combustible, necesaria para dar la vuelta y unirnos a una nueva secuencia de aproximación.

Lentamente, me explica que nos han ordenado hacer Go Around, pero que no lo haga, que pedirá aterrizar a la torre de control. Yo sigo sin creerme la ineptitud del controlador y continúo descendiendo hasta la pista. La torre de control acepta autorizarnos nuevamente para aterrizar y así lo hacemos, sin consecuencias, con un Follow Me mirándonos, perplejo, desde el margen de la pista.

Nada fuera de control, pero muchos fallos. No acatar a la primera la orden del controlador, en buenas condiciones meteorológicas y sabiendo lo que hacemos, aparte de decisión del comandante, no creo que constituya un fallo mío ni de él en esta situación concreta.

Lo que sí lo hace y de hecho está reportado como incidente por parte de nuestra compañía, es la decisión del controlador de ordenar una maniobra tan crítica como un Go Around, en turco, sólo por su suposición de que lo hablábamos. En cuanto al Follow Me, poco más de él sabemos desde que le vimos, en situación privilegiada, escondido tras el volante presenciando nuestro aterrizaje.

No es un fallo poco común en Turquía (o en otros muchos países, España incluída), todo lo contrario. Esta vez sólo afectaba a nuestro vuelo, uno de nosotros sabía hablar turco y los dos teníamos plenamente controlada la aproximación, al Follow Me y las condiciones meteorológicas eran idóneas.

Muy distinto hubiese sido un controlador confiado, ordenando un Go Around en turco a una tripulación extranjera (volando para una compañía del país), con un segundo avión que entra en la pista por error, comunicaciones saturadas, durante una aproximación CAT III con visibilidad prácticamente nula.

Quizá parezcan unas condiciones fatalistas. Son sólo pequeñas cosas que acaban llevando a los accidentes más graves y estúpidos.

Lavatory Smoke

El fuego en cabina es, sin duda, uno de los mayores enemigos a los que se puede enfrentar una tripulación. Pocas cosas son comparables a él. Quizá un fallo total del sistema hidráulico, de toda la planta de potencia o del sistema eléctrico, situaciones todas, en cualquier caso, altísimamente improbables. Obviando la posibilidad de un secuestro o una amenaza de bomba a bordo, ni siquiera un fuego de motor supondría, a priori, una amenaza comparable a la del fuego en cabina. Y es que resulta mucho mejor ver cómo te arde el motor de un ala, que ver cómo sale humo a través del suelo de la cabina de pasajeros mientras sientes cómo te quemas por dentro (ya se sabe, el humo lleva al fuego, solo que esta vez no vas a poder llegar a él).

Los instumentos de navegación, los paneles de breakers, el compartimento de aviónica, las bodegas de carga repletas de mercancías peligrosas, los pozos del tren de aterrizaje con los frenos al rojo vivo, el sistema de aire acondicionado, los portaequipajes de los pasajeros llenos de vete a saber qué, los servicios… cualquier sitio es bueno para que pueda iniciarse un fuego, pero sólo algunos de ellos cuentan con sistemas detectores de humo y aún menos con sistemas de extinción de incendios.

Muchos son los accidentes de aviones relacionados con fuegos que sólo se han podido llegar a oler. Fuegos que empiezan en las tripas del avión, fuera del alcance de cualquier sistema de extinción de incendios, a los que no ha sido posible llegar para apagarlos y han acabado consumiendo el avión por dentro.

Y es que por algo, mientras que a nadie se le permite ya llevar siquiera un alfiler en el equipaje de mano, nosotros llevamos un hacha con nosotros en la propia cabina de pilotaje. Un hacha tal cual, como las del Leroy Merlin. Un hacha con el que te podrías poner a talar árboles y bajar un poco los requisitos de subida de alguna que otra salida instrumental que me conozco. Un hacha para liarte a hachazos (qué si no) contra el avión, romper lo que tengas que romper y poder llegar hasta ese fuego que aún sólo hueles.

Otros, como siempre, encuentran usos alternativos (inglés).

Por otro lado, como todo, esto del fuego en cabina tiene su pequeña excepción. Una excepción que en principio constituye una situación de emergencia, pero que afortunadamente en el 99% de las ocasiones no pasa de un susto. Y vaya susto.

Tú vas en crucero, tranquilamente, terminándote la cena y escuchando algo de música con el reproductor de MP3, con altavoces incorporados, que se ha traído el comandante. La hostia. Luego si alguien alguna vez me echa en cara que los pilotos no trabajamos durante el crucero, primero intentaré demostrarle que sí y, si no lo consigo, le invitaré a cabina a escuchar algo de Mecano. Lo próximo será un IPOD para ver los Simpsons, pero eso, es otra historia.

Bien, decíamos que vas en cabina. Todo tranquilo. De repente, mientras miras el resplandor de la noche de Budapest, ves de reojo cómo una luz se enciende delante de ti. Durante una milésima de segundo, a la vez que giras la cabeza para mirar de qué se trata, piensas que será otra falsa indicación, la cuarta de hoy, de que te ha fallado el radioaltímetro número 2. Pero no, justo cuando alcanzas a darte cuenta de que esa luz no es ambar, sino roja, empiezas a oir ese sonido estridente, inconfundible, ding! ding! ding! ding! ding! ding! Inmediatamente comprendes que esta vez se trata de algo realmente importante, es un Master Warning, que asocias con todo tipo de emergencias (fuego de motor, fallo dual de hidráulico, configuración eléctrica de emergencia, desprezurización, putadas de alto nivel, no falsas alarmas de las de cada día).

Mientras giras la cabeza para mirar el ECAM y enterarte de qué se trata, ya casi estás quitándote la bandeja de la cena de enmedio, preparándote para volar el avión en manual en cuanto se desconecte el piloto automático y a segundos de querer declarar emergencia. Sabes que, sea lo que sea, será grave. Eres el Pilot Flying y te corresponderá volar y comunicar mientras que el comandante combate la emergencia.

Afortunadamente, a pesar del susto, hoy es tu día. Tras echar un vistazo a las pantallas, el comandante tiene ya media sonrisa dibujada en su cara. Tú miras también al ECAM y lo primero que se te pasa por la cabeza es la que se va a liar a continuación.

Procedimiento de Lavatory Smoke

Se trata de Lavatory Smoke (humo en uno de los lavabos). Una emergencia que ha sido causa de accidentes aéreos (aquello que hablábamos del fuego en cabina) debido, por ejemplo, a alguna sustancia que ha prendido en una papelera llena de papel higiénico causando un fuego que, a pesar de ser combatido, ha pasado al techo y bodegas del avión, volviéndose incontrolable.

Aún así, sabes que es muy poco probable que esta vez se trate de eso. Sólo el pensar que no ha sido un doble fallo de hidráulico te vuelve optimista y te hace pensar que, o bien es una falsa indicación, o bien alguien se ha pasado de listo y está fumando en el servicio. Lo único que podéis hacer para comprobarlo, en cualquier caso, es mandar a la sobrecargo corriendo a investigar y, por si acaso, prepararos para lo peor (sin perder la sonrisa, eso sí).

Lo de la gente es increíble. En Internet se pueden encontrar foros dedicados exclusivamente a engañar a los detectores de humo de los lavabos de los aviones. Es todo un arte. Cualquier mecánico puede atestiguar la de «cuerpos extraños» que se han llegado a encontrar rodeando y cubriendo los detectores, desde pañuelos a moldes de plásticos con la forma perfecta del detector, cualquier cosa vale. Van armados, incluso, de diagramas de los aviones.

Esta imagen creo que corresponde al lavabo de un B737, pero para el caso, nos sirve como si fuese un A320 (de momento no hay lavabos by-wire, pero para cuando los inventen, nosotros los probaremos primero… para algo tenemos la suerte de volar aviones, aviones).

Situación del detector de humo

En esta ocasion se trata, como casi siempre, de uno de ellos. Un alemán, de unos 30 años, que no se podía aguantar y se armó de un paquete de pañuelos mojados para intentar echarse un cigarrito en uno de los lavabos traseros. Desafortunadamente para él, la sobrecargo, chequendo los servicios, abre el pestillo de la puerta del suyo desde fuera (truquitos que tienen, ya nadie puede tener intimidad) y le pilla con las manos en la masa. Posiblemente habrá saltado el extintor de incendios, situado debajo del lavabo, justo encima de la papelera, derritiéndose para intentar apagar un fuego inexistente. Pero no es hora de chequearlo, hay que tomar medidas contra ese pasajero.

Actualmente, la mayor parte de los detectores de humo instalados en aviones Airbus A320 utilizan el principio de la ionización, llegando a detectar partículas de humo visibles e invisibles entre un rango de 0.01 m y 0.00001 m. El fenómeno se basa en la atracción que sufren los iones por parte de las partículas de humo. Estas partículas son guiadas a través del detector gracias a que éste se encuentra muy próximo a una toma de aire del sistema de aire acondicionado del avión, que se encuentra en el techo los lavabos.

Partículas de humo e iones en el detector de humo

Los electrodos del detector crean un campo eléctrico y el aire que se encuentra entre ellos es ionizado (se hace eléctricamente conductivo) gracias a una pequeña fuente radioactiva. Los iones, entonces, se mueven bajo la influencia del campo eléctrico, creando una corriente iónica. Por su parte, las partículas de humo, hasta 1000 veces más grandes que los iones, son demasiado pesadas como para ser ionizadas pero continúan atrayendo a los iones, que se vuelven torpes y apenas pueden moverse en la corriente iónica, aumentando así la resistencia eléctrica medida por el detector. Esta resistencia se compara con la medida en una cámara de referencia contigüa, sin humo, que al estar a la misma temperatura y presión que la otra nos permiten hacer una comparación adecuada, en las mismas condiciones de vuelo. Si la diferencia entre las resistencias supera unos umbrales establecidos, la alarma se dispara.

Detector de humo con sus dos cámaras

Estos sistemas algunas veces tienen sus fallos (es el otro 49% de las veces en que nadie está fumando, pero tampoco hay fuego), que suelen ocurrir por la condensación de agua (que el detector trata como si fuera humo en algunas ocasiones) en el lavabo del avión. Hay varias soluciones a estos sustos de más. Una de ellas (que creo que no ha tenido mucho éxito debido a su alto coste y mantenimiento) pasa por calentar el aire que rodea al detector de humo, de forma que el agua no pueda condensarse dentro de éste. Otra solución, cada vez más aceptada (aunque aún en pruebas en muchas compañías), consiste en la instalación de detectores de humo ópticos, que funcionan bajo otro principio distinto.

Así que, volviendo de nuevo a nuestro avión, todo ha quedado en un susto. Sólo te queda por saber qué decidirá hacer el comandante con el pobre alemán. Normalmente las sanciones suelen ser realmente duras, teniendo en cuenta el sobresalto que se ha ocasionado a toda la tripulación y a que taponar un detector de humos de mala manera con unos papeles mojados no es muy cívico que digamos (al fin y al cabo esos detectores sufren bastante y no son nada baratos). Por otro lado está la razón, más obvia aún, de que si no se puede fumar, no se puede fumar, y es la ley. Hacerlo en un servicio, lleno de papeles, puede llegar a poner en grave peligro la seguridad del avión.

Algunos deciden avisar a la policía para que vengan a recibir al sujeto en cuestión al aeropuerto de destino y le pongan unos cuantos cargos de atentado contra la seguridad del vuelo. Una pasada, me parece a mí, que en más de una ocasión ha hecho que el pasajero (que sólo se ha fumado un cigarro) se ponga algo «nervioso» y la cague aún más, poniéndose violento y queriendo entrar a la fuerza en la cabina de pilotaje a disculparse en persona con los pilotos. Mala idea en los tiempos que corren.

Nosotros, en cambio, tenemos nuestro procedimiento, mucho más amable, que consiste en pedirle su pasaporte al alemán de turno y quedárnoslo durante un par de horas, durante las cuales nuestro hombre recapacita largo y tendido sobre lo que ha hecho, preguntándose una y otra vez si llegaremos más lejos con esto.

Pero, obviamente, no lo hacemos (al menos no normalmente). La misma señorita que le abrió la puerta del lavabo sin su permiso, será la que le llevará su pasaporte de vuelta, le dirá que nos hemos quedado con su cara, que no lo vuelva a hacer y que aquí se acaba todo. Que tenga un buen vuelo sin humos.

Pánico

Hoy toca volar a Madrid. Un vuelo largo (casi 8 horas en total) pero interesante y, además, en compañía de uno de esos comandantes de los que realmente puedes aprender algo; de esos que al escucharles no parece que quieran cambiar todos los procedimientos estándar del avión y de esos que no intentan hacerte comprender que más saben ellos que todos los ingenieros de Toulouse juntos.

Realmente todo parece diseñado para que éste sea un buen día. Después de todo hace bastante tiempo que no pasaba por España y una visita a Madrid, por corta que sea, siempre viene bien. Casi como una tapa de jamón y tortilla de patatas, oir a los controladores hablando en español con los Iberia y Spanair empieza a ser un símbolo más de que estoy en casa.

Así que a eso de las 15:00, después de una solitaria noche de hotel, ahí estamos todos en el aeropuerto echándole un vistazo a la meteo, los notams y el plan de vuelo. Hoy nos toca volar el peor A320 de la compañía… el más antiguo, el que huele a cuadra, el que tiene todos los bordes de los paneles y asientos descascarillados y en el que necesitas más maña para ajustarte la luz de la ventana, la única con la que te puedes alumbrar, que para aterrizarlo. A los motores les quedan dos telediarios y hace unos días que tuvieron que cambiarle las ruedas y revisar los amortiguadores después de alguna toma más dura de lo normal.

Realmente todo dista bastante de ser como uno de esos nuevos A320 que tenemos con el nuevo FMS 2 Pegasus, con la aviónica y sistemas totalmente revisados, directamente importados del A340. Véase un ejemplo, tomado el otro día de camino a Alemania:

Nueva Aviónica Airbus A320

El avión llega con algo de retraso, vienen de Berlin y raro es el día que los polacos no te crean un slot por congestión en alguno de sus sectores. De todos modos les han asignado un parking al que podemos ir andando sin problemas desde la salida de tripulaciones, así que nos ponemos en marcha hasta allí, pasamos el control de pasaportes y luego salimos a la plataforma y damos los dos pasos que nos separan del parking.

De momento no hay ni rastro del avión, aunque el coordinador nos dice que acaba de tomar y vemos cómo empieza a llegar gente de la compañía de handling. Cuando llegue, aún quedará esperar a que todos los pasajeros desembarquen y a que la tripulación termine de recoger sus cosas para poder entrar en cabina y empezar a preparar todo.

A los pocos minutos al fin podemos ver la silueta de la cola del estabilizador vertical de nuestro avión aparecer entre fingers, terminales y otros aviones que se cruzan en su camino. Ruedan bastante rápido y en pocos minutos por fin los tenemos delante nuestra, girando la rueda de morro casi 70º hacia nosotros en un intento por dejar el avión centrado en el parking a la primera. El señalero les guía hasta su posición ayudándose de un compañero suyo que se sitúa exactamente en frente del punto de parada para el A320 pintado en el suelo del parking.

Señal de parada del señalero, frenazo, corren a poner los calzos a la rueda de morro y entonces llega el momento. El comandante pone el parking brake, apaga el motor izquierdo, echa un último vistazo para chequear que el APU está arrancado y entonces apaga el motor derecho. Todo normal. El comandante está apunto de apagar los indicadores de cinturones de los pasajeros, nosotros apenas damos un paso en dirección a la escalera del finger dispuestos a iniciar nuestra jornada de trabajo, pero lo que ninguno nos imaginamos, ni ellos allí arriba ni nosotros aquí abajo, es que algo va mal en el motor izquierdo. Quizá una pequeña fuga de aceite, quizá algo de combustible no quemado que no acierta a salir del motor a través del drenaje; algo, sea lo que sea, se inflama dentro del motor que, aún habiéndose apagado hace unos segundos, sigue girando con fuerza y a unas temperaturas extremas.

En la cabina aún no lo saben. Desde allí no se ven los motores y seguramente no estarán pendientes a la indicación de temperatura del motor (no, al menos, hasta que el avión les avise de que algo va mal). Pero nosotros desde tierra somos los primeros en verlo: una llamarada de varios metros de largo sale con fuerza a través del cono de cola del motor. Todos pegamos un salto hacia atrás y alguien de la compañía de handling corre a buscar un extintor. Quizá los únicos que realmente empezamos a comprender qué demonios ocurre somos mi comandante y yo.

Ojo, eso de mi comandante lo digo porque es el comandante que tengo asignado, no por respeto, formalidad o cualquier otra historia rara.

En este vídeo se ve una situación parecida (parecida entre comillas, pues se trata de un arranque del motor de un Boeing 737 que, al parecer, sufrió lo que se conoce como «arranque caliente»). En cualquier caso creo que sirve para hacernos a la idea de lo que ocurrió, si bien la llamarada que se ve en el vídeo es bastante más grande y espectacular que la que vimos nosotros. En nuestro caso quizá fuese la mitad de esta y decreciendo con el tiempo, en vez de agrandarse.

 

 

Se trata de un Engine Tailpipe Fire (fuego a través de la salida de gases del motor) y es una situación considerada como «anormal» por Airbus, nada que ver, por impresionante que parezca, con una emergencia que pudiese, a priori, poner en peligro la integridad del avión.

Posiblemente para cuando nosotros queremos gritar al comandante y avisarle de lo que está ocurriendo, ellos en cabina ya están recibiendo los avisos del ECAM por la temperatura tan alta, cercana a los límites operativos del motor, que se está alcanzando. Lamentablemente, ellos dos y nosotros dos somos los únicos que de momento estamos al tanto de lo que ocurre.

En esta situación el procedimiento a seguir es claro: hay que echar fuera del motor, cuanto antes, lo que esté causando ese fuego. Hoy afortunadamente no pensaban usar el grupo eléctrico externo (GPU) para suministrar energía al vión y han llegado con el APU arrancado al parking. Bastará con usar el aire de alta presión del sangrado del APU para hacer girar al motor sin inyectar combustible (lo que se conoce como Dry Crank) y dejar que la fuerte corriente de aire acabe echando todos los residuos fuera del motor y que la llamarada se apague sin más consecuencias.

Procedimiento de Engine Tailpipe Fire A320

Ese recuadro de arriba va, efectivamente, por el que salió corriendo a buscar un extintor y que no sabía que había otras formas mejor pensadas para solventar la situación que usar un extintor y arriesgarse a corroer los carísimos álabes del motor.

Pero él, realmente, no es un problema. Aunque consiga encontrar un extintor, el fuego ya se habrá apagado para cuando logre echarle huevos para acercarse al motor. El problema son los pasajeros que están sentados en los asientos del lado izquierdo, por detrás de las alas, que miran con cara de pánico cómo una inmensa llamarada sale de las tripas de su avión.

Apenas han pasado 5 segundos desde que todo empezó y conseguimos mantener la calma mucho mejor de lo que me hubiese podido esperar (bueno, nuestras las azafatas aún corren por la plataforma a buscar un sitio donde esconderse). Sabemos que allí arriba en la cabina están al tanto de la situación y comenzarán con el procedimiento de un momento a otro. Sabemos que nada tiene por qué ir mal y que todo quedará en una simple anécdota.

Pero lo que no sabemos, lo que ignoramos totalmente, es lo que piensan los señores pasajeros. Y esta vez sí que no se les puede culpar. Es imposible que ninguno de ellos tenga una mínima idea, a no ser que sea piloto o mecánico, de lo que está ocurriendo, de que ya se está trabajando para solventarlo y de que no hay por lo que preocuparse. Estoy seguro de que incluso el más acostumbrado de los mecánicos se asustaría bastante de estar a bordo del avión.

En cualquier caso, los pasajeros deciden que hoy no es el mejor día para morir carbonizados a bordo de un avión, y pasan a la acción. Los que lo hacen primero, por supuesto, son los más cercanos al fuego, los del ala izquierda… que nos brindan, por si no hubiésemos tenido suficiente, una sorpresa mucho mayor:

 

 

Vemos cómo, de repente, la rampa de evacuación del ala izquierda empieza a inflarse. Llevados por el pánico han abierto la salida de emergencia del ala y se disponen a salir corriendo del avión. La rampa tarda unos cuatro segundos en inflarse, pero en vez de quedar perfectamente fijada al ala vemos cómo se zarandea y casi sale volando debido a la corriente de aire que sale del motor (al que ya le están haciendo el Dry Crank). La llamarada ha desaparecido, pero el aire, aún muy caliente y a mucha velocidad, pasa demasiado cerca de la rampa. Desde luego los pasajeros no han pensado mucho en las consecuencias de abandonar el avión justamente por el lado del «fuego» y no por el otro, mucho más seguro y con el motor apagado.

Algunos pasajeros salen por la salida de emergencia, aunque ninguno llega a tirarse por la rampa (menos mal). Parece que se han dado cuenta de que no es la mejor idea bajar a tierra y cruzarse en el camino de la corriente de aire que sale del motor.

Entretanto, cada vez se nos hace más obvia la situación que se debe estar viviendo a bordo. La rampa del otro ala se infla también y, esta vez sí, podemos ver a 3 o 4 pasajeros descender por ella. Ellos, desde el otro lado del avión, no han podido ver lo que estaba ocurriendo, pero el hecho de que los del otro lado del pasillo abran una salida de emergencia y escapen es razón de más como para hacer lo propio y saltar.

Seguramente hay otros muchos intentando salir por las puertas «normales» y puedo imaginarme a las azafatas, sin ninguna idea de lo que pasa, dudando entre dejarles salir o no, mientras llaman al comandante como locas para comprobar qué pasa. Seguramente aún no se han recuperado del shock de ver cómo sus pasajeros empiezan a abrir las salidas de emergencia de las alas sin que puedan hacer nada y sin siquiera saber el motivo.

Todo ha sucedido en cuestión de 30 segundos. Los pasajeros que se encuentran en tierra miran hacia arriba para ver cómo nadie más sale del avión; se dan cuenta de que quizá no deberían haberlo hecho. Lo mismo les pasa a los que están sobre el ala izquierda, que vuelven a entrar por donde habían salido.

El comandante abre su ventana y nos grita a los que estamos abajo para pedir que pongamos las escaleras y que puedan bajar los pasajeros. Tiene cara de situación. Sabe lo que ha pasado, que nadie ha tenido culpa de nada y que nadie ha podido evitarlo. Lo mejor de todo es que no tendrá que llamar al jefe de operaciones para contarle, avergonzado, lo que ha pasao. Él es el jefe de operaciones y va a ser objeto de güasa durante las próximas semanas.

Los pasajeros bajan y los bomberos llegan para comprobar que todo, incluído el motor, está en perfectas condiciones. Nosotros subimos a la cabina para oír de primera mano lo que ha sucedido, pero pronto volvemos a bajar porque ahí ha terminado hoy nuestro vuelo a Madrid. Sin aviones disponibles hasta dentro de unas horas y ya con más de una hora de actividad, no somos nosotros los que oirán hoy a los controladores españoles y a los Iberia.

El avión irá a mantenimiento. Aprovecharán para adelantar unas semanas el cambio de motores y tardarán algunos días en volver a instalar las rampas. No volará hasta dentro de un mes.